Soy Ámbar, tengo 34
años, estoy casada, tenemos una hija de 4 años y un hijo en mi interior.
En mi vida hay un antes
y un después de ser mamá. Antes de ese acontecimiento, trabajaba de mi
profesión, un promedio de nueve horas por día, haciéndole honor a mi mandato de
trajecito negro y tacos, que decía que las mujeres debemos ser independientes
económicamente. Que con los hijos, la calidad era mejor que la cantidad.
Pensaba ser mamá de tres hijos y seguir trabajando, mientras ellos estuvieran
en una guardería que también los haría independientes y fuertes para sobrevivir
en este mundo tan difícil, cruel, y competitivo.
Todo eso cambió el día
que ser mamá se concretó en un porotito creciendo en mi útero, latiendo adentro
mío. Ya no me entró en la cabeza ni en el corazón, separarme tan tempranamente
de él. Y a medida que pasaban las semanas y crecía, pensaba en distintas
alternativas, pero estaba segura de que como hasta el momento, no iba a seguir.
También a medida que el
embarazo avanzaba, menos ganas tenía de estar en ese mundo tan yang. Quería ser
sólo embarazada, sólo gestar, sólo contener. El trabajo requería demasiado de
mi cerebro racional y no lo soportaba más. Creo que fue el comienzo del camino
de transformación, de darme cuenta de que eso para lo que me había preparado
tanto y venía haciendo, poco tenía que ver conmigo en ese momento de mi vida (y
en los posteriores).
Durante mi embarazo leí
a Laura Gutman. Y aunque algunas cosas me parecían exageradas, puedo decir que otras
me ayudaron en ese inicio y en el click para vivir mi maternidad de otra
manera. De una manera de la que no me arrepiento.
Mi hija nació y me
encontré puérpera, en crisis. Casi nadie te dice lo que es el puerperio. Pensás
que sólo son dolores post parto y que algunas locas se deprimen. Me entregué
muchas veces y otras quise escapar y volver a mi versión anterior. Olía a leche
y a bebé. Mi sombra se hacía más luminosa y sabía que no volvería a ser la
misma nunca más, pero de a poco me fui amigando con esa idea y empecé a
sentirme más a gusto, más conectada, más “mi nueva yo”.
Cuando terminó la licencia por maternidad, decidí
renunciar. Después trabajé unas horas desde casa y otro poco de manera
independiente. Me entusiasmé con asociarme con una colega amiga, pero nunca
concretamos. Sinceramente no puedo aún dejar del todo atrás mi profesión. No me
resulta fácil soltarme de repente. Voy paso a paso. Me duele la panza cuando
pienso que no ejerzo mi profesión como deseé por mucho tiempo, y que me ha
llevado seis años de mi vida, me duele la panza por mi futuro, por encontrarme
bastante perdida.
Cuando mi hija tenía
casi dos años y el puerperio iba dejando sus últimos rastros, tuve ganas de
hacer cosas y buscar nuevos caminos. Me inscribí en un taller de escritura. De
niña y adolescentes me había gustado hacerlo, tengo una veta artística no
explorada y dormida. Y el primer día que fui, supe que me quería quedar. Que
era mi lugar. Después por mi afinidad con la maternidad y los niños, me anoté
para estudiar Puericultura. Leí, estudié, practiqué, rendí los exámenes,
presenté tesina. E intenté trabajar de eso, pero me di cuenta de que tampoco es
lo mío, que la maternidad me interesa porque soy madre, no para ayudar a otras,
aún me queda tanto que hacer conmigo. Me interesan los niños, me gustaría hacer
cosas para ellos. Algo como escribir, organizar talleres para que se expresen,
aprender más sobre ellos, luchar por sus derechos. Hay algo adentro mío que me
dice que “quiero hacer algo más que
criar hijos y estar en casa”, pero aún no le encuentro bien la vuelta y además
hoy por hoy creo que la energía que dedique a algo exterior es energía que
resto para maternar. Pero sé que es porque aún no sé cómo nutrirme, cómo
cuidarme, cómo llenarme para poder dar.
Me creo un poco hippie,
pero sólo por ser cuestionadora del sistema, me cuesta aceptar algunas cosas de
la sociedad. Pero me falta también un empujón, más seguridad, dejar de
preocuparme por el qué dirán y sentirme rara, loca, juzgada. Vivo en un
constante conflicto entre mi ser y mi ego. Hay cosas que aún no puedo resolver.
Mi hija siempre es mi maestra, me acerca a mi ser más profundo, a mi niña
interior, a mis vacíos y carencias, a mis heridas, pero también a esa magia que
existe en mí.
Mi maternidad me
transformó, me puso patas para arriba. Y en unos meses, se viene la segunda vuelta.
Ambar...
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